miércoles, 1 de marzo de 2023

Poemas de la naturaleza de Gabriela Mistral


Gabriela Mistral, seudónimo de Lucila Godoy Alcayaga (Vicuña, 7 de abril de 1889-Nueva York, 10 de enero de 1957), fue una poetisa, diplomática, profesora y pedagoga chilena. La poesía de Gabriela Mistral procede del modernismo, y radica en la gran belleza de la retórica de Rubén Darío, entre otros, pero con un estilo único y marcado por la sensación latente de orfandad y penas de encontrarse con el mundo, por eso y nada menos, su entrega y belleza poética, su gran valor aportado a la literatura, la hicieron merecedora del premio Nobel de la Literatura en el año 1945.

La infancia y la maternidad son dos de los aspectos más populares de Gabriela Mistral. A los niños, sus derechos o sus temores dedicó hermosas canciones de cuna y rondas. Uno de los eventos que marca su sentida y marcada influencia de orfandad fue el hecho que su padre abandonara el hogar cuando esta tenia 3 años de edad, sin embargo, siempre fue su figura de admiración.

Fue destacada maestra, se desempeñó como figura diplomática en Nueva York, luego de recibir el galardón mas importante de su carrera como escritora, allí muere a causa de problemas cardiacos y diabetes, sin embargo, fue muy firme con su legado, y lego todas sus ganancias en Suramérica a los niños en estado de abandono y pobreza en la localidad de Montegrande en el valle del Elqui.

Caricia

Madre, madre, tú me besas
pero yo te beso más
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar…

Sol del trópico

Sol de los Incas, sol de los Mayas,
maduro sol americano,
sol en que mayas y quichés
reconocieron y adoraron,
y en el que viejos aimaraes
como el ámbar fueron quemados.
Faisán rojo cuando levantas
y cuando medias, faisán blanco,
sol pintador y tatuador
de casta de hombre y de leopardo.

Sol de montañas y de valles,
de los abismos y los llanos,
Rafael de las marchas nuestras,
lebrel de oro de nuestros pasos,
por toda tierra y todo mar
santo y seña de mis hermanos.
Si nos perdemos, que nos busquen
en unos limos abrasados,
donde existe el árbol del pan
y padece el árbol del bálsamo.

Una palabra

Yo tengo una palabra en la garganta
y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuja su empellón de sangre.
Si la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.

Tengo que desprenderla de mi lengua,
hallar un agujero de castores
o sepultarla con cal y mortero
porque no guarde como el alma el vuelo.

Raíces

Estoy metida en la noche
de estas raíces amargas
como las pobres medusas
que en el silencio se abrazan
ciegas, iguales y en pie,
como las piedras y las hermanas.

Oyen los vientos, oyen los pinos
y no suben a saber nada.
Cuando las sube la azada
le vuelven al sol la espalda.

Ellas sueñan y hacen los sueños
y a la copa mandan las fábulas.
Pinos felices tienen su noche,
pero las siervas no descansan.
Por eso yo paso mi mano
y mi piedad por sus espaldas.

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